domingo, 16 de marzo de 2014

LOS SIETE DÍAS EN QUE MICHAEL JACKSON PROVOCÓ DE TODO EN CHILE

LOS SIETE DÍAS EN QUE 

MICHAEL JACKSON PROVOCÓ DE

 TODO EN CHILE









En octubre de 1993, el rey del pop se presentó ante un país que lo recibió como dios y lo despidió con pifias. De todos modos su concierto quedó como un hito imborrable. (TERRA.cl)
SANTIAGO, junio 26.- Hace dieciséis años Michael Jackson se instaló en Chile. No por un sólo día, como hacen ahora las estrellas que nos visitan prácticamente todos los meses. El rey del pop se quedó una semana entera en Santiago, para lo que iban a ser dos conciertos. Terminó siendo sólo uno. Pero de proporciones. Pero la visita no fue sólo eso. Como todo lo de Michael, siempre las cosas eran más que sólo música.
Todo partió el 18 de octubre de 1993, cuando de su avión particular, en el aeropuerto de Pudahuel, bajó el mismísimo artista más vendedor del pop de todos los tiempos. De camisa roja, sombrero negro, pantalones negros, zapatos negros… y por supuesto sus inconfundibles calcetines blancos (de donde viene la expresión “andar a lo Michael Jackson” cuando uno luce esta combinación). Unos 800 efectivos estaban dispuestos a cuidar sus pasos por la capital. Y se vio a los dos niños que lo acompañaron durante toda su estadía en el país.
De inmediato Michael quiso hacer algo. No halló nada mejor que ir a pasear a Providencia. Primero fue a un local de Feria del Disco, donde pidió, entre otras cosas, que no hubiera más de cuatro personas en la tienda y que nadie lo mirara ni se le acercara. Después fue a una tienda de calle Presidente Riesco y a un local de videos Errol’s en Vitacura.
Después se enclaustró en el hotel Hyatt y no salió más. Ni siquiera para cumplir su visita a los niños del hospital Calvo Mackenna, a los que dejó plantados dos veces antes de apersonarse finalmente. Ya la gente empezaba a enojarse con él.
Pero llegaba el día de su primer show, el 21 de octubre. Todo se olvidaba, Michael iba a subir al escenario y el resto a las pailas. Ya había varios miles de personas dentro del Estadio Nacional, cuando por los altoparlantes se escuchó la peor pesadilla de alguien que va a un concierto que ha esperado toda la vida: que el artista no se iba a presentar.
Los gritos y llantos ya no eran de ansiedad por verlo, sino de rabia e indignación. La explicación oficial dijo que fue por un problema lumbar. Con el paso del tiempo y la construcción de la leyenda se fueron sumando teorías desde borracheras hasta una simple pataleta digna de un extravagante como Jackson. De hecho en Prodin, la productora (en ese entonces top) que realizó el show, todavía dudan de la certeza de esa explicación sobre la espalda jacksoniana.
Dos días después fue la vencida: el 23 de octubre, a las 21 horas, Michael emerge en una plataforma sobre el escenario del Estadio Nacional. La imagen del cantante inmóvil, como una estatua, aclamado por 60 mil personas, como si fuera un dios que sólo necesita estar ahí para que todos lo adoren, es uno de los íconos históricos que recuerda el mundo del espectáculo en nuestro país.
Luego de esos segundos que parecían quitar el aliento, Jackson se mueve, grita y demuestra que es el de verdad, que no es un cartón ni un doble. “Jam” abre los fuegos, “Thriller” es la más aclamada, y como guinda de la torta una fanática sobrepasa el ejército de seguridad y llega hasta él en el escenario, colgándose de su cuerpo por 47 segundos, los que seguramente nunca olvidará mientras viva.

Al final de esa movida semana, Jackson agarró sus cosas, su comitiva y a los dos niños y se fue rumbo a México. El mismo país que bailó, cantó y vibró gracias a él, le dedicó algunas pifias en su partida, e incluso gritos de que no volviera más. Ahora lo llora, igual que todo el mundo. Y recuerda los momentos que estuvieron marcados con su música de fondo. Como esos siete días en Chile.

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